Es un tema que me está preocupando desde hace algún tiempo.
Me refiero a la responsabilidad del hombre en sus actos. Parece evidente: si el hombre es libre para actuar, es responsable de su acción. Sin duda alguna, así es. Sin embargo, para hacer el bien, tiene que ser movido por Dios; pues, todo lo bueno viene de Dios. ¿Acaso el hombre no es libre para hacer el bien y, por tanto, responsable de su acción? Sin duda alguna. ¿Qué argumentos podríamos dar para aclarar este dilema?
Veamos, el hombre tiene libertad para actuar. Puede actuar correctamente y actúa bien ó puede actuar incorrectamente y actúa mal. Hasta aquí, el hombre actúa por sí mismo, sin más. En cualquier circunstancia, una persona puede actuar correcta ó incorrectamente y es personalmente responsable de su acto. Es la vida, nuestra vida y tenemos que actuar en ella.
Jesús se presenta como el verdadero camino, verdad y vida para los hombres. Sin embargo dice que nadie va a El si el Padre no lo llama. En otra ocasión habla de que al hombre le es imposible salvarse, sin embargo, el Padre todo lo puede.
Quizás esto indica que en nuestros actos hay una doble dimensión: una, la normal, la que podemos conseguir nosotros usando de nuestra libertad y otra a la que nunca lograríamos alcanzar si Dios no nos ayuda. Esta primera dimensión sería con el valor de nuestras actuaciones realizadas por nuestros propios medios. Su valor se quedaría limitado a nuestra existencia actual, sin posibilidad de transcendencia superior.
La segunda dimensión sería la realizada por nosotros, pero en comunión con Jesús. Esos actos, transcienden, no por nosotros, sino por Cristo y, aunque somos responsables nosotros, sin embargo, recibimos el beneficio de la actuación conjunta con Cristo y, por tanto, sí somos invitados por el Padre para tales actuaciones.
Es increíble la transcendencia de nuestros actos, realizados en comunión con Cristo. Esto, evidentemente es una gracia de Dios, no es mérito nuestro ni algo que nosotros podamos merecer por nosotros mismos, sino algo que Dios nos da porque quiere y que nosotros debemos pedir para conseguirlo. La comunión de los santos, la actuación dentro del cuerpo místico de la Iglesia, la imitación de la vida de Cristo, el cumplimiento de sus mandamientos....
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